Vivir no es respirar

Primero abrís los ojos, y ves lo que hay a tu alrededor.
Aprendes alguna palabra que más tarde vas a usar poco o nada.
Después elegís un lindo árbol para sentarte en su sombra y decidir quien vas a ser.
Te asombras al ver las cosas de cerca y sos indiferente a las que ves de lejos.
Terminas tus estudios y pensás que por fin sos libre de elegir lo que vos querés de tu vida. Empezás una carrera. La dejas. Empezás otra. La dejas. Empezás otra y sucumbís a la vergüenza.
Amas a alguien, tal vez por siempre, tal vez por unos tragos de tequila nada más.
Odias más gente aún y tragas pastillas.
Te volvés indiferente y dejas de usar tus propias palabras para usar las de grandes muertos de la historia humana.
Trabajas de lo que te gusta, hasta que te das cuenta que no te da plata. Ahora tenés un hobby para olvidar que usas corbata y llegas a tu casa a las 6.
Comenzás a tratar a tus hijos igual que como te trataron a vos, rompiendo ese juramento tácito que tenias con vos mismo de ser distinto.
Te das cuenta que para vos ser feliz va a ser imposible, porque no sos como los demás, que tienen todo más fácil y mejor.
Crisis de mediana edad, divorcio y autos.
Recordás que el que no trota de joven galopa de viejo.
Volvés a las pastillas, esta vez recetadas y sin efectos entretenidos.
Peleas con tu primogénito por el corte de pelo que tiene, por el volumen de la música o por su comportamiento extraño para vos y toda tu generación, que terminó siendo la dueña de los diarios, televisión, bancos y hasta presidente de un país atrapado en un futuro muy distinto del que imaginaste.
Lecho de muerte, flashes de tu vida. La famosa película y los arrepentimientos.
Una lágrima cae por tu mejilla y recién ahí, empezás a vivir.
Y al segundo morís.